Lectura recomendada: Tu pez interior: 3.500 millones de años de historia del cuerpo humano

Neil Shubin, paleontólogo y biólogo evolutivo, nos guía en un viaje a través de 3.500 millones de años para mostrarnos que el cuerpo humano no es una obra de ingeniería diseñada desde cero, sino un organismo construido sobre capas y capas de historia evolutiva. La tesis central del libro es sencilla pero poderosa: gran parte de lo que somos hoy —desde nuestros huesos hasta nuestro ADN— tiene raíces profundas en organismos mucho más antiguos, especialmente en los peces. A lo largo de los capítulos, Shubin entrelaza sus propias experiencias en expediciones de búsqueda de fósiles con explicaciones de genética moderna, anatomía comparada y biología del desarrollo, logrando un relato que conecta lo que sucede en el laboratorio con lo que ocurrió en los mares primitivos hace cientos de millones de años.
El libro arranca con el relato del descubrimiento del fósil Tiktaalik roseae en el Ártico canadiense. Este hallazgo resulta fundamental porque representa un eslabón de transición entre los peces y los primeros vertebrados terrestres. Tiktaalik tenía aletas con huesos semejantes a un brazo, un cuello móvil y pulmones rudimentarios, lo que lo convertía en un animal intermedio entre dos mundos: el agua y la tierra. A partir de este fósil, se establece el punto de partida para analizar cómo estructuras que hoy nos parecen “humanas”, como nuestras muñecas, nuestras manos o incluso partes de nuestra cara, provienen de adaptaciones desarrolladas por criaturas que vivieron hace más de 375 millones de años.
El recorrido continúa mostrando cómo nuestro propio esqueleto guarda semejanzas sorprendentes con el de los peces. Los huesos de nuestras manos y muñecas son equivalentes a los radios que sostenían las aletas de especies antiguas. De manera similar, huesos diminutos de nuestro oído medio provienen de estructuras que en un pasado lejano formaban parte de las mandíbulas de reptiles y peces. Incluso nuestros nervios craneales y parte de la disposición del cráneo son un reflejo de esa herencia acuática.
Shubin no se detiene en los huesos, sino que amplía el análisis hacia órganos y sistemas completos. Los genes Hox, responsables de definir la organización del cuerpo en los embriones, aparecen tanto en moscas de la fruta como en peces y seres humanos, lo que demuestra un patrón universal de construcción biológica que atraviesa todo el árbol de la vida. Nuestro sentido del olfato también se remonta a ancestros acuáticos, pues compartimos receptores con peces primitivos que usaban esos genes para detectar sustancias químicas en el agua. Del mismo modo, la visión humana está conectada con mecanismos genéticos que ya estaban presentes en organismos muy antiguos, lo que nos recuerda que nuestras percepciones del mundo son el resultado de millones de años de ajustes y reutilizaciones de sistemas previos.
Una de las partes más sugerentes del libro es la reflexión sobre la salud humana. Muchas de nuestras dolencias modernas tienen explicación cuando se observan desde el prisma evolutivo. Problemas de espalda, hernias de disco, pie plano o incluso dificultades respiratorias derivan del hecho de que nuestro cuerpo, originalmente adaptado para la vida en el agua y luego para andar en cuatro patas, fue “reciclado” para caminar erguidos. Ese rediseño apresurado dejó vulnerabilidades que arrastramos hasta hoy en forma de multitud de vestigios evolutivos. Así, la medicina se beneficia enormemente de la perspectiva evolutiva, porque comprender de dónde vienen nuestras estructuras permite explicar por qué son tan propensas a fallar.
El relato se expande incluso más allá de los peces y los vertebrados. Shubin explica cómo compartimos genes con gusanos, bacterias y medusas. Elementos básicos de nuestra biología, desde la forma en que nuestras células se comunican hasta la manera en que se encienden y apagan genes, ya estaban presentes en organismos muy simples. Esto refuerza la idea de continuidad: no hay una línea divisoria clara entre “ellos” y “nosotros”, sino una historia compartida que conecta a todos los seres vivos.
En resumen, Tu pez interior es mucho más que un libro de divulgación sobre fósiles. Es una invitación a mirar nuestro cuerpo, así como el de nuestros animales más próximos genéticamente hablando, como un museo viviente, lleno de reliquias de etapas anteriores de la vida en la Tierra. Cada hueso, cada nervio y cada gen es un vestigio de un pasado profundo que todavía está latente en nosotros. Con un estilo accesible y apasionado, el autor consigue que conceptos de paleontología y genética cobren vida y nos hagan conscientes de que, aunque nos creamos muy distintos, en lo más íntimo de nuestra biología seguimos llevando dentro un pez, un reptil, un anfibio e incluso una bacteria ancestral.